En los dos escritos anteriores, vimos que los consumidores que se deciden por los alimentos ecológicos lo hacen habitualmente por que les achacan tres virtudes:
1. Procura el bienestar animal.
2. Su consumo aporta más salud.
Ya hemos dado nuestra opinión en cuanto a los dos primeros.
Veamos ahora el tercer punto;
¿Su producción ayuda a cuidar el medio ambiente?
Solo a veces.
Por ejemplo, los acuíferos se contaminan por el excesivo uso de lo que conocemos como “abono natural”. O sea; excrementos de animales.
Cuando se emplean en exceso, se contaminan las aguas de nitratos y nitritos que además de ser cancerígenos, no permiten la depuración de las aguas.
Pero si todos decidiéramos consumir agricultura ecológica, veamos el efecto que tendría sobre los espacios naturales:
Los cereales son la base de la alimentación de la humanidad.
Y para la producción de ganado, solo se permiten piensos procedentes de cultivos ecológicos.
Los cultivos que ahora permiten un rendimiento suficiente de cereales, necesitarían el doble de espacio ya que el cultivo ecológico solo rinde el 50%, debido a la no utilización de abonos químicos.
La consecuencia es que se arrasarían hectáreas de zonas que actualmente están consideradas como santuarios naturales.
En cuanto a la ganadería, podría pasar exactamente lo mismo.
El pastoreo intensivo puede llegar a arrasar zonas enteras y acabar con la biodiversidad.
Y ya hemos visto como se prima que el ganado para carne ecológica se crie en libertad.
Otro argumento muy importante en que se apoyan los defensores de que los alimentos ecológicos protegen el medio ambiente es la oposición al uso de los alimentos transgénicos.
Esos alimentos tan denostados por los buen rollistas a ultranza, resulta que van camino de convertirse en la única posibilidad de alimentar algún día a la humanidad si seguimos creciendo así.
Y en contra de la mala prensa verde, la realidad es que, a día de hoy, no hay ningún estudio publicado y riguroso que indique que el consumo de alimentos modificados genéticamente sea peligroso para la salud.
Sé que no es políticamente correcto hablar bien o salir en defensa de esto.
Ni siquiera hacerse eco.
Pero tampoco debemos admitir que nos manipulen con afirmaciones catastrofistas y conspiratorias.
Por ello, voy a permitirme citar a un científico que parece tener suficiente credibilidad a nivel mundial.
Se trata de un Premio Nobel por sus descubrimientos sobre la estructura de los genes en 1977. Richard J. Roberts, químico británico.
Transcribo sus palabras textuales:
“Una vez más nos encontramos ante un caso donde la política supera a la lógica y al sentido común.
El ejemplo más notorio se encuentra en Europa, donde el Partido Verde hizo de los alimentos modificados genéticamente su grito de guerra político y fue capaz de convencer a un público generalmente cauteloso de peligros que no se han demostrado que existan.
Lo más triste de todo esto es que, de todos los países del mundo, los de Europa no son precisamente los que tienen una necesidad acuciante de producir alimentos modificados genéticamente.
Así que los políticos europeos no están condenando a su población a la hambruna sin este tipo de alimentos.
En cambio, en muchos países en vías de desarrollo no habrá alimentos suficientes para sostener a la población actual y futura sin alimentos modificados genéticamente.
Por lo tanto, el movimiento de los verdes para tratar de convencer a estos países de los peligros de los alimentos modificados genéticamente borda lo criminal. ¡Son los verdes los que son un peligro!
Personalmente, yo estaría a favor de acusar de crímenes de lesa humanidad a esos políticos que tratan de exportar sus campañas anti alimentos modificados genéticamente a África y a otros lugares.
Si tienen éxito, serán responsables de más muertes que los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.”
Y cuidado que este premio nobel también sale en defensa de las políticas sociales y opina que:
“Las sociedades civilizadas, de las que Europa es un ejemplo brillante, deberían reconocer que la salud es responsabilidad del estado, por lo que no debería ser una función más del sistema capitalista para ganar dinero.”
Parece ser que se suele anatemizar aquello que está al alcance de todos y se sublima lo que solo pueden acceder las economías más desahogadas;
La comida ecológica es la más cara, y los transgénicos pueden abaratar los precios.
Y así estamos consiguiendo una sociedad que cuando sale a comprar se siente agredida y cada estantería de alimentos le empieza a parecer un monstruo al acecho.
Pero es importante que no haya que sentirse ni inferior ni culpable por no consumir alimentos ecológicos.